sábado, 4 de octubre de 2008

a mi lectora MAR

El destello de aquella luz que se bamboleaba pendularmente,
como si fuese arrullada por las luciérnagas que ronroneaban a su alrededor, despertó a esa noche invernal que dormitaba desprevenida.
La madera parecía cantar una melodía indescifrable que invadía el silencio y lo perfumaba de ese escozor que suelen producir los fríos abrazos del invierno.
Los crujidos perturbaban la pereza de aquel lugar, los chillidos rebelaban que aquel esqueleto de roble aun no dormía en paz.
El embriagante olor a campo virgen invadía los sentidos como cientos de duendecillos traviesos, que trepaban por los canales y jugaban como criaturas en primavera.
El dulce movimiento del pasto combinaba sus compases con aquella luz inocente que no dejaba de señalar que la noche no dormía…
Y es que... ¿Cómo podría dormir alguien con semejante paisaje a sus pies?
Los verdes prados pincelados de nácar y azahar, brillando y danzando al ritmo de la brisa nocturna, y aquel firmamento que se extendía hasta donde no llega el hombre y que perturbaba el alma de cualquiera al saludar con sus miles de ojos destellantes…
Era como ver el rostro de la paz en persona.
Los caminos habían desaparecido. Todo era una sola unidad. Todo era armonía.
Los ojos gritaban por no abandonar aquel espectáculo hedénico y se aferraban a las columnas de la galería… no querían olvidar ese espacio, no querían desnudarse del recuerdo.
Pero sabían que de alguna forma no se iban.
Siempre sentirían la brisa, la humedad de la alegría en sus pupilas…siempre recorrerían aquel cielo insinuante con las caricias de sus pestañas en cada parpadeo, siempre se deleitarían con el verde azulado de aquellas olas campestres… y sobre todas las cosas… siempre sabrían cómo encontrar el camino para regresar.

miércoles, 25 de junio de 2008

25-06-08

El viento frió le quebraba las rodillas y no podía pensar.
¿Acaso alguien supo si aquel pequeño monstruo que trepaba por sus pantorrillas era un ser animado o un actante del invierno?
¡Quien lo diría!, nunca se imagino el momento en que tendría que viajar.
Los dedos se le caían a pedazos. Primero uno, después el otro, y así.
Una cadena de carne se desprendía y dejaba una estela pálida a lo largo de la estación.
Nunca más esperaría en invierno.
Un hombre la mira desde el otro lado de la vía, ¿Qué estará pensando?
¿Acaso tendrá apetito de su pequeñez? ¿O simplemente le llamara la atención que sus orejas comienzan a desmenuzarse en pequeñas migajas de piel?
Que raro… el tren no llega.
Las horas se hacen minutos, y el tren no llega.
El reloj le muestra como la vida le consume de a poco el aliento, y los ojos comienzan a cristalizarse.
Las curvas se tornan borrosas. No puede ver más que manchas en una oscuridad tenue que amenaza con avanzar.
No ve. No puede ver.
Ahora los sentidos se agudizan y de a poco siente que los pinchazos de esa brisa congelada le rompen todo el esternon.
Las grietas se pronuncian mas allá de sus piernas y, como un mapa antiguo, sus pocos retazos comienzan a delimitarse como países, provincias, ríos...
Cada vez son más las líneas. Cada vez son mas las grietas.
Las dagas del frió juegan con su debilidad.
Que si, que no. Ahí.
De a poco le chupan el alma. Le roen el corazón.
El agua de los mares se congela y todo comienza a caer.
Como un pedazo de arcilla seca, el cuerpo se deshace.
El rostro se consume en un parpadeo…
Las provincias, los ríos fluyen fuera de sus causes…
Se extienden por las vías, las recorren morbosamente…
El reloj termina de sonar.
El revoltijo de sensaciones marca un punto final y se oye un sonido a lo lejos, un sonido estremecedor que fractura a aquel silencioso demonio del invierno, sorprendiéndolo…
Delatándolo.

El tren ha llegado a la estación. Ella no podrá subirse.
Sus zapatos vacíos miran inquietos la puerta abierta del vagón.
Nunca más esperará. Nunca más.-